Siguiendo la Transibérica

El verano tiene algo mágico para los que amamos el ciclismo, y una de esas maravillas es la hora de la siesta. En esos momentos, pruebas emblemáticas como el Tour de Francia o la Vuelta a España convierten este deporte nacional en una combinación irresistible. Cuanto más sueño acumulamos, más empinada parece la pendiente en la pantalla. Curiosamente, casi siempre nos despertamos justo en el instante en que alguien lanza un ataque en el puerto más decisivo del día. Es como si, aunque durmiéramos, nuestro ojo ciclista estuviera siempre medio abierto, preparado para no perderse el espectáculo.

Sin embargo, existe otro tipo de ciclismo, uno que no se vive en episodios de etapas televisadas. Es un ciclismo en el que el reloj no se detiene hasta que los corredores cruzan la meta, varios días después. Este ciclismo no permite siestas reparadoras, pero a cambio te mantiene alerta en múltiples momentos del día. Me refiero al fascinante mundo del ultraciclismo.

Desde el pasado 24 de agosto, cuando comenzó la edición de este año de la Transibérica en Bolzano, Italia, más de 120 valientes ciclistas emprendieron la travesía que los llevaría hasta Bilbao. En su avance, han ido dibujando un mapa virtual de puntitos azules que siguen el rumbo hacia la meta. Pero, ¿qué hace tan especial a la Transibérica?

Se trata de una carrera de ruta libre, lo que significa que cada participante tiene la libertad de diseñar su propio itinerario para conectar una serie de puntos de control. El reto es cubrir aproximadamente 2600 km en menos de 14 días, enfrentándose no solo a la distancia, sino también a los legendarios puertos y carreteras que marcan el recorrido.

Nombres míticos como el Stelvio, Furkapass, Mont Ventoux y Mont Aigoual son solo algunos de los lugares por los que los ciclistas deben pasar. También incluyen paradas en sitios emblemáticos como Carcassonne, el Lluis Companys, el Santuari del Mont, el Turó de l’Home, la Presa de Canelles, la Cruz de la Demanda, Orbejana del Castillo, y finalmente, la meta en Bilbao. Cada uno de estos puntos representa no solo un desafío físico, sino también una huella en la épica aventura que es la Transibérica.

Como te digo, las carreras de ultraciclismo suelen seguirse a través de una pantalla, pero esta edición de la Transibérica ha sido, sin duda, la más especial para mí. Normalmente, vas observando cómo los puntitos de cada participante se mueven por el mapa, comparas estrategias, analizas los tiempos de parada, y te fijas en las distintas rutas que eligen. A medida que avanzan, consultas las redes sociales de la organización y de los ciclistas que sigues, tratando de entender cómo va todo. Después, sueles encontrar entrevistas en algún podcast, donde los participantes cuentan su experiencia y terminas de enterarte de cómo fue todo realmente.

Pero este año, lo he disfrutado mucho más gracias a las redes sociales y, sobre todo, al increíble trabajo de Aday y Ventura de La Escapada, quienes han hecho un seguimiento espectacular. Cada día nos regalaban una crónica de primera mano sobre lo que había sucedido el día anterior, recopilada a partir de los mensajes de voz que recibían directamente de algunos participantes.

Y es que, como en cualquier carrera, la estrategia de los ciclistas más rápidos, los «galgos» que van en cabeza, no tiene nada que ver con la de los que están más atrás, los «disfrutones» cuyo principal objetivo es simplemente llegar a meta antes del límite y saborear cada kilómetro del recorrido. Es un tipo de ciclismo que va más allá de la competición, donde el placer de la fatiga y el gusto por el recorrido se mezclan con toques de épica y superación personal.

Lo que ha hecho que esta edición de la Transibérica sea particularmente especial para mí es que, por primera vez, he podido seguir la carrera no solo desde la pantalla, sino también sobre el terreno. El hecho de tener un Check Point cerca de casa, en la Presa de Canelles me ha dado la oportunidad de acercarme y animar a algunos de los participantes.

Poder verlos en persona, después de haber seguido sus progresos online, me permitió conectar de una manera mucho más cercana con la carrera. Ver sus rostros marcados por el esfuerzo, sus bicicletas cargadas, y compartir ese momento ha sido una experiencia inolvidable.

Algunos de los ciclistas a los que quería animar pasaron a horas en las que no pude acercarme, y es que las jornadas en la Transibérica son largas. Se madruga mucho, y casi siempre el día se les escapa mientras siguen pedaleando bajo la noche. Sin embargo, logré encontrarme con dos grandes, José Antonio Flecha y Oriol Chias, a pocos kilómetros de la Presa de Canelles. Ellos forman parte del grupo de los “galgos”, aquellos que no se preocupan por el cierre de carrera, sino que están más atentos al ritmo del resto de los participantes.

Jose Antonio Flecha – Oriol Chias

El encuentro fue breve, casi fugaz: un saludo rápido, una foto en marcha y palabras de ánimo. La interacción fue mínima, pero es algo que se entiende perfectamente. Al igual que en el Tour de Francia, los ciclistas no se detienen a charlar; aquí, el ritmo es implacable y, como bien os digo, el reloj no se detiene.

Unos días después Flecha llegó a Bilbao en una impresionante cuarta posición, con un tiempo de 161 horas y 51 minutos, seguido de cerca por Chias, que alcanzó la meta en 165 horas y 12 minutos, logrando un meritorio quinto puesto. Un gran ejemplo de lo que significa ser un verdadero «galgo».

Un par de días después, mientras estaba de fiesta mayor en Alcampell, vi en el mapa que uno de los participantes de la Transibérica se había detenido cerca hacía un par de horas. Según las coordenadas, estaba demasiado cerca de las ferietas como para pensar que estaba durmiendo, pero teniendo en cuenta el agotamiento acumulado que llevan, creo que uno puede dormirse sin problemas en cualquier lugar.

Jim Armshaw

Poco después, vi en la pantalla que otro ciclista se acercaba en dirección a Alcampell. Me hice con unas rosquillas caseras y me fui a esperarlo al pie de la carretera. Minutos más tarde, vi una luz acercarse. Emocionado, comencé a gritar: «¡Jim, go!» Era el londinense Jim Armshaw. Le ofrecí las rosquillas, pero lo que realmente necesitaba era agua. Lo acompañé hasta casa y llenamos sus bidones. Días después, Jim completó la carrera en Bilbao, cruzando la meta en 206 horas y 42 minutos, lo que le valió la posición 28.

Los dos siguientes ciclistas a los que quería saludar eran Isidre Escorihuela, de Andorra, y Enric Terricabras, a quien conocía virtualmente de su paso por el Montsec con la bici. Sin embargo, llegaron a Canelles ya entrada la noche y, cuando me desperté, ya estaban lejos, atravesando tierras aragonesas. Me dio rabia no haber coincidido con ellos, pero así son los horarios impredecibles del ultraciclismo…

Hace un par de días, decidí acercarme hasta el Check Point 8 para coincidir con David Molina. David, uno de los creadores de la famosa ruta Alballut, de la que ya os he hablado en la web, nos conocíamos virtualmente, pero esta era la oportunidad perfecta para ponernos cara.

Mientras me dirigía a Canelles, justo antes de llegar a Estopiñán, me sorprendió ver de repente una bicicleta aparecer por el camino. Apenas tuve tiempo de parar el coche, pero reconocí rápidamente al corredor. «¡Julien! ¡Julien!» . Era Julien Silverston, a quien había estado siguiendo a través del podcast diario de La Escapada, donde contaba sus aventuras en la Transibérica.

Julien Silverston

Me bajé del coche y estuvimos charlando un rato sobre su experiencia de los últimos días. Agradeció que me hubiera acercado para animarle, y aprovechamos para rellenar su bidón de agua antes de que siguiera su camino. Estos encuentros inesperados, aunque breves, son una de las cosas que hacen única la experiencia de seguir el ultraciclismo tan de cerca.

Pocos minutos después de llegar a Canelles, finalmente apareció David Molina saliendo del túnel. Además de hablar sobre la carrera, aprovechamos para compartir ideas sobre nuestros proyectos. Al fin y al cabo, tanto la ruta Alballut como MBL nacen de la misma semilla que sembró Ernesto con Montañas Vacías, y que ha dado frutos en tantos otros lugares. Ese día, hicimos una especie de hermanamiento entre ambas rutas con un simbólico intercambio de parches. Tras rellenarle los bidones, David continuó su camino, dispuesto a afrontar los kilómetros que le quedaban por delante.

David Molina.

A fecha de escritura de este texto, Enric, Isidre, Julien y David ya están en la recta final del recorrido. Ha sido un verdadero privilegio poder seguir sus pasos tan de cerca.

Un agradecimiento especial a Carlos Mazón por las magníficas fotos de Canelles. Y quién sabe, quizás el próximo año tengamos un nuevo Check Point en el Montsec, y así pueda repetir esta increíble experiencia.