Hoy cumplo las 1000 publicaciones en Instagram. Me hace pensar en todo lo que ha pasado desde que abrí este perfil con una idea muy sencilla: dar a conocer el Montsec en bici, a golpe de pedal. Con el tiempo, esto se ha convertido en algo mucho más grande. Muchas de las fotos que ves aquí no son mías. Son de gente que ha confiado en mí para compartirlas y que me ha dado permiso para que su mirada llegue más lejos. Yo solo he puesto el esfuerzo de pedirlas, seleccionarlas y cuidarlas para que encajen en este viaje que llevamos juntos.
Mostrar lugares tiene algo mágico. Una sola foto puede despertar las ganas de conocer un rincón que, de otra forma, quizá pasaría desapercibido. Puede animarte a salir, a explorar, a vivir tu propia aventura. Al mismo tiempo, ayuda a poner en valor el trabajo de quien capturó esa imagen y a que otros descubran sitios que merecen una visita.
Pero no todo es tan simple. La misma visibilidad que hace que un sitio cobre vida puede acabar poniéndolo en riesgo.
Cuanto más se habla de un lugar, más fácil es que se llene de gente y que pierda su calma o parte de su esencia.
Además, cuando lo hemos visto tantas veces en fotos perfectas, llegamos con una idea muy clara de lo que nos espera. Y ahí la sorpresa se pierde. Incluso a veces, la realidad no alcanza lo que imaginábamos.

Hace poco escuché un episodio del pódcast Bicis en el mapa, de Mikel Bringas. En él, Pablo Strubell decía algo que me hizo pensar: lo importante de viajar no es el destino, sino el camino. La experiencia que vives para llegar hasta allí. Planificar es útil y muchas veces es parte del éxito, pero siempre conviene dejar espacio para la improvisación y para las sorpresas que el viaje nos tenga preparadas. Y ahí me pregunto… ¿hace falta mostrar todo en redes? Quizá hay momentos que se disfrutan más cuando solo quedan en la memoria de quien los vive.
Tampoco me convence esta moda de ir marcando en un mapa todos los sitios que hemos visitado como si fueran cromos que coleccionar. Los lugares no son casillas que tachar. Son experiencias que vivir, respetar y recordar. No importa tanto cuántos hemos visto, sino cómo hemos estado en ellos y qué huella hemos dejado… o mejor aún, qué huella no hemos dejado.

Porque no es solo responsabilidad de quien comparte. También lo es de quien visita. Cuidar un lugar significa no ensuciarlo, no alterar el entorno y mantener la calma que allí se respira. Significa no molestar a quienes viven allí, ya sean personas o animales. Significa irnos dejando todo como estaba, para que quien llegue después pueda sentir lo mismo que nosotros.
Después de mil publicaciones me doy cuenta de que lo que no se enseña también tiene valor.
Que a veces, preservar la magia de un sitio es no mostrarlo del todo. Y que tanto al compartir como al visitar, tenemos el compromiso de protegerlo para que siga vivo mucho después de que nos hayamos ido.
Y tú, cómo lo ves? Crees que deberíamos mostrarlo todo o dejar que algunas cosas sigan siendo solo para quien las vive? Me encantará leer lo que piensas.